No toda la IED es igual: por qué entender su composición importa más que el monto
En Costa Rica solemos celebrar los titulares sobre el crecimiento de la Inversión Extranjera Directa (IED) como sinónimo de dinamismo económico. Sin embargo, detrás de las cifras agregadas hay una verdad menos evidente: no toda la IED es igual, ni todo aumento implica más inversión real, más producción o más empleo.
Según datos recientes del Banco Central de Costa Rica, la IED del segundo trimestre de 2025 alcanzó US$1.289 millones, un 30,6% más que en el mismo trimestre de 2024. A primera vista, el resultado parece excelente. Pero un análisis más profundo de la composición revela una historia diferente.
El principal motor del aumento fue el régimen de Zona Franca, con un crecimiento interanual del 59,2%. No obstante, este incremento no se originó en mayores utilidades reinvertidas —es decir, en ganancias de empresas ya establecidas que decidieron expandir su operación—, sino en movimientos financieros intrafirma.
En concreto, las multinacionales realizaron menos pagos de deuda hacia sus casas matrices y aumentaron los préstamos hacia sus filiales en Costa Rica. Estas operaciones modifican las posiciones financieras dentro del grupo, mejoran temporalmente el flujo neto de IED, pero no representan necesariamente un aumento de la inversión productiva en activos fijos, empleo o transferencia tecnológica.
Por tanto, el crecimiento de la IED no puede interpretarse automáticamente como una señal de mayor dinamismo económico. La distinción entre reinversión de utilidades, aportes de capital y préstamos intrafirma es esencial para entender el impacto real de estos flujos en la economía nacional.
Esta lectura es especialmente relevante para Costa Rica, cuya política de atracción de inversión —particularmente en el régimen de Zona Franca— ha sido exitosa en captar empresas líderes globales, pero que ahora enfrenta el desafío de consolidar la permanencia, reinversión y encadenamientos locales.
Celebrar un aumento de la IED sin mirar su composición puede llevar a errores de diagnóstico y políticas equivocadas. Por ejemplo, si los flujos responden a ajustes financieros globales más que a decisiones de expansión local, el impacto sobre el empleo o el crecimiento potencial será limitado. Del mismo modo, un trimestre con menor IED no necesariamente refleja debilidad, si las empresas mantienen utilidades estables y reinvierten a un ritmo constante.
En un contexto global de alta volatilidad, entender la calidad de la IED es más importante que nunca. Los responsables de política económica deben profundizar en los datos: distinguir entre capital nuevo, reinversión y préstamos, y diseñar incentivos que fomenten inversión real y de largo plazo, más que flujos contables de corto plazo.
La transparencia estadística del Banco Central permite este tipo de análisis. Ahora el reto es que el debate público y las políticas se construyan sobre esa profundidad, y no solo sobre los titulares.
Más IED no siempre significa más desarrollo. La clave está en entender su naturaleza, su destino y su permanencia. Porque la verdadera inversión extranjera no es la que entra, sino la que se queda, crece y transforma.