Gran bombazo, poca obra: por qué casi la mitad de los megaproyectos de IED se quedan en promesas

IED

Entre 2020 y 2024, más de 527 proyectos mega —greenfield, con inversión planificada de mil millones de dólares o más— fueron anunciados en el mundo. Pero hoy, apenas el 47% de esos proyectos han logrado pasar de la propaganda al cemento o ya están en curso. Esto quiere decir que más de la mitad se quedaron en papel, planeación o fueron suspendidos/cancelados.

Ese dato revela una verdad incómoda: la IED no garantiza desarrollo cuando queda en promesas. Los titulares de nuevas fábricas y mega-inversiones muchas veces esconden un drama estructural: recursos, expectativas y reputación internacional comprometida, sin resultados tangibles.

Manufactura intensiva en tecnología: caro de planear, duro de construir

Según fDi Intelligence, la mayoría de esos megaproyectos pertenecen al sector manufacturero — muchas veces orientados a cadenas globales de valor con capital intensivo (robots, automatización, hardware y software de industria 4.0) — lo cual explica el enorme monto de inversión anunciada. 

Pero ahí mismo yace el problema: la sofisticación tecnológica incrementa la complejidad del proyecto. No basta con tierra, permisos y mano de obra barata; hacen falta infraestructura especializada, cadenas de suministro integradas, talento calificado, estabilidad regulatoria, capacidad de gestión de proyectos, administración de riesgos, y un entorno macroeconómico favorable.

Un estudio global sobre megaproyectos de infraestructura concluye que menos del 1% de los grandes proyectos (privados o públicos) se entregan a tiempo, con presupuesto y con los beneficios esperados. Cuando la escala sube, también suben las posibilidades de fracaso — y las inversiones en manufactura intensiva en capital no son la excepción.

Nuevas condiciones globales: ¿por qué tantos abortos post-anuncio?

Algunas razones críticas:

  • Riesgo macroeconómico creciente: tras la pandemia, la guerra en Ucrania y la fragmentación geopolítica, los costos de financiamiento, los riesgos de cadena de suministro y la incertidumbre regulatoria aumentaron. Muchos empresarios prefirieron pausar o retrasar los proyectos. Así lo documenta recientemente un informe global sobre IED. 

  • Complejidad logística y de implementación: megaproyectos dependen de múltiples actores: inversores, gobiernos, contratistas, reguladores, comunidades locales. Si alguno falla —licencias, infraestructura, proveedores, permisología ambiental— se paraliza todo. Consultoras especializadas señalan que los problemas más frecuentes son cambios en el alcance, diseños incompletos, información técnica insuficiente, fallas en la planificación inicial. 

  • Competencia de políticas y prioridades cambiantes: muchos de esos anuncios ocurrieron cuando las tasas de interés eran bajas, la demanda global era alta y las cadenas estaban reestructurándose. Con el endurecimiento de financiamiento y la recesión global, algunos proyectos perdieron viabilidad económica y fueron abandonados. 

  • Subestimación de costos y optimismo inicial exagerado: como en muchos megaproyectos, los planes reflejan expectativas ambiciosas que no consideran contingencias técnicas, sociales, regulatorias. Al avanzar, los sobrecostos y retrasos erosionan la rentabilidad proyectada. 

El problema mayor: reputación de país y credibilidad de la IED

Cuando esos megaproyectos quedan en “planning stage” o “delayed”, los efectos no son solo económicos, sino también reputacionales. Para el país receptor significa:

  • Pérdida de confianza de inversionistas futuros. Si la realidad muestra que casi la mitad de los anuncios no se concretan, los capitales globales reducen su apetito por nuevo riesgo.

  • Costos hundidos: procesos de atracción de IED, concesiones, incentivos, trámites, licencias, promesas a comunidades — todo eso consume recursos públicos y privados. Si el proyecto no se concreta, esos costos quedan sin retorno.

  • Retroceso en la narrativa de desarrollo: estos mega-anuncios suelen venderse como “transformación estructural” — industrialización, empleo, exportaciones — pero si no se concretan, lo que queda es frustración, costos hundidos y desconfianza social.

Para los países —especialmente economías pequeñas o en desarrollo— depender de ese tipo de IED como motor de crecimiento es un riesgo sistémico.

¿Qué deben hacer los países para evitar falsas expectativas?

Si un país quiere atraer IED de calidad y confiable, no basta con ofrecer incentivos o zonificación. Se requieren sistemas de gobernanza, mitigación de riesgos, seguimiento riguroso, transparencia y realismo.

1. Diagnóstico ex ante realista y gestión del riesgo

Antes de aprobar incentivos millonarios, los gobiernos deben exigir estudios de factibilidad rigurosos: costos logísticos, riesgos cambiarios, cadenas de suministro, impacto ambiental, contingencias técnicas, capacidades locales. También deben definir cláusulas contractuales que penalicen abandono y exijan cumplimiento progresivo (hit-rate por fases).

2. Transparencia y monitoreo público obligatorio

Todos los anuncios de IED deben acompañarse con cronograma, hitos, indicadores públicos de avance. Así el país, la sociedad civil y el sector privado pueden monitorear qué proyectos avanzan, cuáles quedan estancados, y por qué.

3. Incentivar inversión funcional y no solo anuncios glamorosos

No toda IED debe ser mega-planta. Muchos países tienen mejores resultados con inversiones modulares, escalables, en servicios modernos o manufacturas ligeras, cuando hay talento, calidad institucional, infraestructura digital. Esa ruta suele ser menos riesgosa, más flexible, y con menores requerimientos de capital.

4. Reforzar gobernanza, instituciones, cadenas de suministro locales y resiliencia macroeconómica

Construir ecosistemas productivos confiables: proveedores locales, infraestructura logística, capital humano, regulación estable, acceso a financiamiento. Eso reduce la incertidumbre y mejora la tasa de ejecución de proyectos grandes.

Conclusión: la IED no es sinónimo de desarrollo — si no hay ejecución

La actual ola de anuncios mega de IED es un reflejo del ambicioso ciclo mundial de inversiones. Pero que algo se anuncie no significa que se construya. Y cuando solo el 47% de esos anuncios llegan al terreno, debemos cuestionarnos: ¿qué queremos realmente? ¿Índices de nuevas inversiones anunciadas o empleos, exportaciones, desarrollo real?

Para economías en desarrollo, la urgencia no es exhibir cifras de capital comprometido, sino asegurar que esos compromisos se conviertan en estructura productiva, empleo de calidad, transferencia de tecnología y transformación real. Los países deben cambiar la narrativa: de atraer inversión millonaria a asegurar inversiones que se realicen, que sean sostenibles y que impulsen desarrollo verdadero. Si no, la próxima década quedará marcada por muchas inauguraciones de cartón, fábricas que nunca abrieron, y promesas incumplidas. Y ahí la IED pasará de ser una herramienta de desarrollo a un símbolo de promesas vacías.

Sandro Zolezzi

Chileno-Costarricense. Ingeniero Civil-Industrial con énfasis en optimización de recursos de la Universidad de Chile, con una Maestría en Administración de Negocios con énfasis en economía y finanzas del INCAE Business School de Costa Rica.

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