Estados Unidos está a punto de descubrir quién realmente sostenía su economía

En los próximos meses, Estados Unidos enfrentará una verdad incómoda que ha querido ignorar durante décadas: no es la tecnología, ni Wall Street, ni Silicon Valley lo que sostiene su día a día, sino cientos de miles de trabajadores invisibles. A finales de 2025, más de 550.000 personas perderán su autorización laboral al expirar su Estatus de Protección Temporal (TPS). No son números fríos; son trabajadores reales, muchos con décadas en el país, que han construido carreteras, limpiado hospitales, mantenido hoteles, procesado alimentos, cuidado ancianos, movido mercancías y contribuido a que la economía norteamericana funcione mientras el resto mira hacia otro lado. Un reciente informe del Wharton Budget Model lo deja claro: estos trabajadores aportan 35.900 millones de dólares al PIB estadounidense. Florida sola recibe más de 10.700 millones gracias a ellos. Y sin embargo, el país está por renunciar a este motor económico esencial sin medir los costos. Porque aquí está el punto central: estos trabajadores no están desplazando a nadie; están sosteniendo sectores donde los estadounidenses, simplemente, no quieren trabajar.

Los trabajos que todos necesitan, pero nadie quiere hacer

Según Wharton, un beneficiario de TPS es:

  • 5,4 veces más propenso que un ciudadano nativo a trabajar en limpieza y mantenimiento.

  • 3,2 veces más propenso a estar en construcción.

  • Más del doble de propenso a trabajar en transporte y logística.

Dicho sin adornos: Estados Unidos depende de ellos para todo lo que requiere esfuerzo físico, horarios difíciles y trabajos que no son glamorosos pero sí esenciales. Son los trabajos que no salen en series de Netflix, pero sin los cuales no hay edificios, no hay turismo, no hay logística, no hay manufactura, no hay hospitalidad y no hay economía real. Uno puede negar esta verdad ideológicamente. Pero no puede negar sus consecuencias económicas.

El país camina hacia un vacío que él mismo creó

Si estos 550.000 trabajadores desaparecen del mercado laboral, la economía estadounidense enfrentará una tormenta perfecta:

1. Escasez inmediata de mano de obra

Wharton calcula que los trabajadores TPS representan hasta:

  • 8–10% de todas las horas trabajadas en oficios manuales en varias zonas metropolitanas.

  • 9% del total de horas en construcción y limpieza en regiones como Miami y Washington, D.C.

Cualquier economista sabe lo que significa esto: una caída repentina en la oferta laboral en sectores donde la demanda es rígida.

2. Aumento de costos y salarios sectoriales

No por justicia social, sino por simple aritmética:

Menos trabajadores → más competencia por mano de obra → salarios más altos → costos más altos para las empresas.

Esto afecta:

  • construcción (encarecer viviendas),

  • logística (subir precios),

  • turismo (reducir operaciones),

  • restaurantes (aumentar márgenes),

  • manufactura (bajar competitividad).

3. Inflación sectorial y retrasos productivos

Cuando faltan trabajadores, los proyectos se atrasan. Y cuando los proyectos se atrasan, la economía lo paga:

  • Menos viviendas construidas → alquileres más altos.

  • Retrasos logísticos → cuellos de botella → inflación.

  • Menos limpieza y mantenimiento → menor capacidad turística.

  • Menos personal en restaurantes → aumento de precios y tiempos de espera.

La economía no tiene magia. Tiene trabajadores. Y cuando desaparecen, se desordena.

El aporte económico es real, medible y profundo

Wharton identifica cinco sectores donde los trabajadores TPS son fundamentales:

  • Manufactura: $5,5 mil millones

  • Construcción: $5,0 mil millones

  • Retail: $3,9 mil millones

  • Transporte: $3,4 mil millones

  • Hoteles y restaurantes: $3,2 mil millones

Estos sectores no son “secundarios”. Son la columna vertebral del funcionamiento nacional. Si se debilitan, todo lo que está encima tiembla.

La economía se sostiene no por ideas, sino por personas

A diferencia de lo que argumentan los discursos simplistas, los trabajadores TPS:

  • tienen tasas de participación laboral del 79%, superiores al promedio nacional,

  • trabajan más horas,

  • son más propensos al empleo a tiempo completo,

  • y se concentran en actividades donde la oferta local es casi inexistente.

Son trabajadores que hacen el trabajo duro… y lo hacen sin ruido. Son la fuerza silenciosa que mantiene funcionando cada engranaje invisible. No es casualidad que Estados Unidos nunca haya resuelto su déficit laboral en sectores manuales. Tampoco es casualidad que las industrias que más dependen de TPS son las que más sufrieron en pandemia. La evidencia es demasiado contundente como para ignorarla.

El error político: confundir migración con amenaza económica

Estados Unidos está cometiendo el mismo error que cometen países que niegan su propia demografía: creer que puede funcionar sin quienes hacen funcionar su economía. Eliminar TPS no es una medida de orden público. Es una medida económicamente regresiva que:

  • reducirá la productividad,

  • encarecerá la vida,

  • ralentizará proyectos de infraestructura,

  • debilitará cadenas de suministro,

  • y generará inflación sectorial.

En un país que enfrenta:

  • envejecimiento poblacional,

  • baja participación laboral juvenil,

  • resistencia de la población nativa a trabajos físicamente exigentes,

  • y una demanda creciente de servicios presenciales,

la expulsión de estos trabajadores es un acto de miopía económica.

El espejo final

Los trabajadores TPS no son un problema que resolver. Son una solución que Estados Unidos ha tenido durante décadas sin atreverse a reconocerlo públicamente. Se han convertido —sin discursos, sin pancartas, sin visibilidad mediática— en la estructura silenciosa que sostiene sectores enteros de la economía. Quitarlos no traerá más empleos a estadounidenses.
Traerá más costos, más escasez y más tensión económica. Y quizá esta sea la lección más dura:

Una nación que expulsa a quienes la sostienen descubre tarde que estaba apoyada en ellos. 550.000 trabajadores no desaparecerán sin consecuencias. La economía ya lo sabe. Solo falta que la política lo admita.

Sandro Zolezzi

Chileno-Costarricense. Ingeniero Civil-Industrial con énfasis en optimización de recursos de la Universidad de Chile, con una Maestría en Administración de Negocios con énfasis en economía y finanzas del INCAE Business School de Costa Rica.

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