Cuando el azar revela la verdad: lo que aprendimos estudiando sportsbooks, arbitraje y política
En tiempos donde se asume que la competencia está a un clic, vale la pena recordar que los mercados —incluso los electrónicos— siguen funcionando según las mismas reglas fundamentales de información, riesgo, estrategia y geografía. Hace años, cuando estudiaba mi posgrado, escribí un caso sobre la industria de apuestas deportivas en línea. Entonces parecía un tema excéntrico; hoy, en plena economía digital, es una ventana perfecta para entender por qué las diferencias de precio persisten, por qué la regulación define ganadores y perdedores, y por qué la localización sigue siendo poder. El caso describía la caída espectacular de David Carruthers, CEO de BetonSports, arrestado en EE.UU. en 2006 pese a operar desde Costa Rica. El negocio prometía márgenes altos, competencia global e inmediatez digital. Pero detrás del clic había mercados imperfectos, consumidores segmentados, arbitraje limitado y un paisaje regulatorio tan fragmentado que convertía cada apuesta en un cálculo político.
Y es precisamente en esa mezcla —tecnología, incentivos, estrategia y ley— donde se encuentra un aprendizaje que hoy sigue siendo válido para sectores tan distintos como fintech, plataformas digitales y servicios modernos.
El mito del “mercado perfecto” en internet
Mi primer objetivo en aquel caso era romper un mito: que el internet eliminaría las diferencias de precio y llevaría a un equilibrio de competencia perfecta. Sin embargo, las apuestas deportivas mostraban exactamente lo contrario.
Estudiando las probabilidades implícitas (odds) de 4 partidos del Mundial de 2006, comprobamos que la dispersión de precios persistía, incluso cuando los consumidores podían cambiar de plataforma con un solo clic. Un apostador que quisiera apostar a Argentina en el partido 57 podía recibir $3.15 por dólar apostado en el mejor sitio, o apenas $2.70 en el peor. Esa diferencia es enorme para un producto sin costos de entrega, sin fricciones logísticas y sin variaciones en el producto final (el partido es el mismo para todos).
¿Por qué no desaparece esa dispersión? Porque la economía real nunca es un aula teórica. Los consumidores no son homogéneos:
Los jugadores recreativos son menos sensibles al precio, priorizan simplicidad y confianza.
Los jugadores profesionales comparan todos los precios y buscan maximizar márgenes.
El resultado: estrategias distintas, con plataformas enfocadas en segmentos no sofisticados, capaces de ofrecer peores precios y aun así sostener márgenes altos, porque los usuarios valoran otras dimensiones —bonos, experiencia, marca— sobre la eficiencia pura. Esto confirma lo descrito por Brynjolfsson y Smith (2000) y reforzado en nuestro caso original: la diferenciación sobrevive en internet, y las plataformas usan ese margen para segmentar mercados sin temor a una carrera hacia el precio cero.
Competencia a un clic, sí... pero arbitraje limitado
El arbitraje debería eliminar las diferencias de precio. Pero no siempre ocurre. Para eliminar la dispersión, un apostador necesitaría simultáneamente:
tener cuentas en múltiples plataformas,
tener fondos depositados en cada una,
reaccionar rápidamente a cambios de cuotas,
y soportar eventuales restricciones geográficas o regulatorias.
La teoría dice una cosa; la práctica muestra otra. Y la práctica se parece más a los mercados financieros con costos de transacción que a un mercado digital sin fricciones. En el caso del negocio de apuestas, incluso si un apostador sabe que un sitio es más caro, el tiempo y la liquidez se vuelven barreras. Por eso, como documentamos, los operadores pueden fijar márgenes de 5-7% sin perder volumen, especialmente entre jugadores recreativos.
Internet no elimina la ventaja estratégica; solo la hace más transparente.
Competir bajo una red compleja de regulaciones
El segundo gran aprendizaje del caso era la relación entre negocios digitales y regulación multinivel. Las apuestas en línea operaban en una zona gris jurídica:
legales en el país donde se ubicaba la plataforma,
ilegales para el país donde residía el jugador,
y sujetas a interpretaciones contradictorias.
Este triángulo generó tensiones como las del caso de la OMC entre Antigua y Estados Unidos, donde el primero denunció restricciones incompatibles con los compromisos bajo el GATS. El resultado mostró lo obvio: internet no elimina fronteras regulatorias, solo las complica.
El operador debía preguntarse:
¿Dónde me ubico?
¿Qué ley se aplica realmente?
¿Dónde se considera que ocurre la transacción?
¿El cliente o la plataforma? ¿El servidor o el apostador?
La respuesta nunca era trivial. Y esa ambigüedad regulatoria definía el riesgo, la estrategia comercial y hasta el valor de mercado de las empresas, como se vio tras el arresto de Carruthers.
Hoy, esta misma pregunta se traslada a servicios digitales, fintech, IA, data centers y operadores globales que enfrentan una geografía política más fuerte que la geografía física.
Estrategia: competir por costo o por diferenciación, y por amplitud o por enfoque
En el caso enseñábamos a comparar modelos estratégicos:
plataformas orientadas a grandes apostadores vs. recreativos,
empresas con cobertura global vs. regionales,
jugadores diversificados (póker, casino, apuestas) vs. especializados,
estrategias de alto volumen y bajo margen vs. bajo volumen y alto margen.
Descubrimos algo fundamental: el internet no elimina la estrategia; la vuelve más necesaria. BetonSports, Betcorp y SportingBet tenían modelos opuestos y resultados muy distintos:
BetonSports apostaba a recreativos, alta dependencia de EE. UU., más riesgo regulatorio.
Betcorp se movió hacia segmentos menos riesgosos y diversificó juegos.
SportingBet diversificó geográficamente y producto por producto, reduciendo riesgos estructurales.
Incluso en mercados digitales, la pregunta clave sigue siendo: ¿en qué parte de la cadena de valor voy a competir y con qué ventaja? Como explicamos en la nota de enseñanza, la segmentación —no el precio— suele ser la verdadera fuente de poder en plataformas digitales.
La ventaja de ubicación: la geografía también importa
Finalmente, el caso revelaba algo que hoy es esencial para servicios globales: la localización importa. Las plataformas escogían países por cinco variables:
Regulación permisiva
Impuestos bajos y previsibles
Talento bilingüe accesible
Huso horario alineado con el cliente
Telecomunicaciones confiables
Costa Rica, Antigua y Gibraltar se volvieron hubs globales no por azar, sino porque ofrecían paquetes de ventajas de ubicación en la economía digital. Hoy, ese mismo razonamiento aplica a:
fintech,
call centers avanzados,
IA y data centers,
servicios corporativos,
plataformas SaaS,
y servicios modernos exportables.
Conclusión: el azar revela la estructura del mercado
Lo que parecía un caso sobre apuestas era, en realidad, un laboratorio perfecto para entender comercio digital, estrategia de plataformas, economía del comportamiento y regulación internacional. Las cuatro lecciones permanecen vigentes:
La competencia digital no elimina precios diferentes
El arbitraje es limitado aun cuando la competencia está a un clic
La regulación define la estrategia, el riesgo y la geografía del negocio
La ventaja de ubicación sigue existiendo —y es decisiva— incluso en servicios digitales
Lo que ocurre en una plataforma de apuestas ocurre también en Amazon, en MercadoLibre, en fintech, en ridesharing y en servicios modernos: el internet no borra la economía; solo la hace más evidente. Aquel caso, escrito hace más de una década, anticipaba lo que hoy vemos: la economía digital tiene menos que ver con cables y más con incentivos, instituciones y estrategia.
El azar de los partidos de fútbol solo ayudó a revelarlo.