¿Salario mínimo más alto, desempleo más alto? Cuando la política de ayuda termina hiriendo a quienes quiere proteger
La idea de que elevar el salario mínimo mejora automáticamente la vida de los trabajadores es ética, atractiva, políticamente correcta. Pero la economía —y la evidencia— nos advierte: cuando una política de ayuda no considera los equilibrios del mercado, puede perjudicar a quienes pretende beneficiar. Este artículo indaga en la controversia: ¿los aumentos del salario mínimo provocan desempleo? ¿O es simplemente una leyenda arraigada? Y sobre todo: ¿qué pueden aprender los países en desarrollo?
El caso de California: una alerta moderna
En abril de 2024 California implementó una de las alzas más audaces del mundo desarrollado: el salario mínimo para trabajadores de comida rápida saltó a $20 por hora. Según el Cato Institute, entre septiembre de 2023 y junio de 2024 se perdieron al menos 6.166 empleos en el sector, y hasta 22.700 empleos en 12 meses en estimaciones de Edgeworth Economics. El incremento, del orden del 25% respecto al salario anterior, generó repercusiones: cierre de locales, reducción de horas, subida de precios (aproximadamente +14,5% en comida rápida).
Este es un claro ejemplo de ayuda mal calibrada: la intención es proteger al trabajador vulnerable, pero el resultado podría ser que ese puesto de entrada ya no exista.
¿La regla general o excepción polémica?
El debate académico es intenso y dividido. Por un lado, reseñas como la de National Bureau of Economic Research (NBER) muestran que un aumento del mínimo puede reducir el empleo en ciertos grupos o regiones. Por ejemplo: un aumento del 10% en el salario mínimo se ha asociado con una caída del 7% del empleo en ciertas regiones. Por otro lado, investigaciones recientes como las del Center for Economic and Policy Research (CEPR) y del Economic Policy Institute (EPI) argumentan que la mayoría de los estudios no encuentran efectos devastadores: en muchos casos, el empleo apenas cambia, o incluso sube ligeramente con los aumentos del salario mínimo.
El balance: el efecto empleo del salario mínimo es esquivo (Alan Manning, 2021) — difícil de encontrar consistentemente. Pero eso no significa que no hay riesgo. Significa que el riesgo varía según el contexto, el tamaño del aumento, la estructura de mercado y el perfil de los trabajadores.
¿Por qué muchas políticas terminan perjudicando a los que quieren ayudar?
Hay varias vías por las cuales una subida del salario mínimo bien intencionada puede generar daños colaterales:
Desplazamiento de empleo de menor calificación: Los nuevos trabajadores entran en el mercado precisamente por su bajo costo; aumentar ese costo puede hacer que empresas reduzcan contratación, sustituyan por automatización o prefieran perfiles más calificados. Por ejemplo, en California la mayor parte del ajuste ocurrió justamente entre puestos de bajo salario en restaurantes.
Reducción de horas o cierre de unidades: La carga salarial más alta no siempre se traduce en despido, pero puede traducirse en menos horas, más turnos vacíos o cierre de locales menos productivos. Las cadenas de comida rápida en California alertaron reducción de turnos/horas.
Aumento de precios y reducción de demanda: Si empresas trasladan la subida salarial al consumidor, puede caer demanda, lo cual retroalimenta recortes de empleo. El efecto se agrava en mercados muy sensibles al precio. En Seattle, por ejemplo, subió la tarifa de un conductor de entrega y hubo caída del volumen de pedidos.
Competencia internacional o regional: Si una región sube el salario mínimo excesivamente, las inversiones pueden migrar a otros lugares con costos más bajos, particularmente en servicios o manufacturas exportadoras. Aquí está que la política de ayuda puede volverse una barrera de entrada para los más vulnerables.
Efectos heterogéneos: La literatura documenta que los efectos negativos se concentran en jóvenes, trabajadores poco calificados, zonas rurales o sectores muy sensibles al salario mínimo (hostelería, servicios básicos) — es decir, los más vulnerables.
En suma: la política de salario mínimo elevada puede generar el efecto opuesto al deseado cuando se desconectan los incentivos del contexto productivo.
Lecciones disruptivas para países en desarrollo
Para América Latina —y en especial para economías de ingreso medio— este debate cobra dimensión adicional:
Contexto de informalidad: En economías donde la proporción de empleo informal es elevada, subir mucho el salario mínimo puede incentivar que empresas se trasladen al mercado informal o que jóvenes opten por no buscar empleo formal.
Sector exportador y servicios modernos: En economías que aspiren a atraer inversión extranjera directa o servicios globales, una política de salario mínimo muy alta puede reducir la competitividad de costos. Aquí, la ayuda por salario mínimo puede volverse un freno para crecimiento y empleo formal.
Necesidad de complementariedad: Elevar el salario mínimo sin políticas de productividad, capacitación, innovación o logística puede crear un desequilibrio: se aumentan los costos sin mejorar las condiciones de demanda o especialización.
Diseño progresivo y focalizado: Una estrategia útil puede ser la gradualidad, los salarios mínimos diferenciados por región o sector vulnerable, y vincular el aumento a mejoras en productividad o escalas de valor agregado.
Efecto demostración inverso: En el contexto de atracción de IED, la señal de alto salario mínimo puede disuadir inversión básica (BPO, manufactura ligera) que genera empleo para los menos calificados, precisamente aquellos que la política pretende ayudar.
Conclusión
La política de salario mínimo elevada aparece como un arma de doble filo: busca proteger a los trabajadores vulnerables, pero en ciertos entornos y condiciones puede generar menos empleo formal, más horas reducidas, sustitución tecnológica y desplazamiento de trabajadores poco calificados. El ejemplo de California es un aviso para economías que buscan combinar justicia social con crecimiento y empleo: no basta con fijar un mínimo alto, hace falta un ecosistema productivo que lo sostenga. Para las economías latinoamericanas que buscan mejorar ingreso y formalización, la lección es clara: el salario mínimo debe formar parte de una estrategia mayor que incluya productividad, capacitación, atracción de inversión, y especialización. De lo contrario, la política de ayuda puede terminar siendo una política de barrera.