Neoliberalismo y globalización: ¿Realmente socavan la democracia? Un análisis técnico en lenguaje simple
Durante los últimos años se instaló una narrativa fuerte: el neoliberalismo (más libertad económica, menor intervención estatal directa, mercados abiertos) y la globalización (interconexión de bienes, capitales, personas e ideas) habrían minado la democracia. Según este relato, la apertura económica concentró poder en pocas manos, desindustrializó regiones, debilitó al Estado y dejó sin voz a la ciudadanía, favoreciendo liderazgos autoritarios y polarización. Un nuevo Research Brief del Cato Institute, basado en el trabajo de Stefani Branilović y Tibor Rutar, cuestiona esa tesis con evidencia comparada para más de 140 países entre 1980 y 2022. Su resultado central es incómodo para el sentido común: en promedio histórico, mayor libertad económica y más globalización se asocian con mejores indicadores de democracia. A continuación destilo los hallazgos en términos simples, discuto sus límites y extraigo implicaciones prácticas para América Latina y, en particular, Centroamérica.
¿Qué miden y cómo lo miden?
El estudio no se apoya en una única fuente ni en una definición estrecha de democracia. Utiliza: (i) indicadores de libertad económica como el Economic Freedom of the World (Fraser Institute), que combinan calidad del sistema legal, protección de derechos de propiedad, estabilidad monetaria, apertura comercial y carga regulatoria; (ii) el índice KOF de globalización, que captura dimensiones económica (comercio e inversión), social (intercambio de información, personas y cultura) y política (acuerdos y redes internacionales); y (iii) un abanico de métricas de democracia —Varieties of Democracy (V‑Dem), Freedom House— que permiten observar tanto la dimensión electoral como la liberal (Estado de derecho, libertades civiles). Con estas series se comparan asociaciones en tres cortes: 1980‑2022, 2000‑2022 y 2011‑2022. La estrategia no pretende probar causalidad dura, sino evaluar si la correlación sistemática entre apertura y democracia es negativa (como sugiere el relato dominante) o, por el contrario, positiva o nula.
Resultados clave (y por qué contradicen el sentido común)
Primero, para 1980‑2022 y 2000‑2022 la correlación es predominantemente positiva: países con mayor libertad económica y mayor globalización exhiben, en promedio, mejores puntajes democráticos. No se trata solo de ingresos altos: dentro de cada grupo de desarrollo la asociación persiste. Segundo, no todas las piezas del ‘neoliberalismo’ pesan igual. Los componentes que mejor se asocian con democracia son precisamente los institucionales: sistema legal independiente, protección de la propiedad, baja corrupción y apertura al comercio. Esto sugiere que el anclaje institucional, más que el tamaño del Estado per se, es lo que acompaña a la calidad democrática. Tercero, dentro de la globalización, la dimensión social —el flujo de personas, ideas, cultura e información— es la que muestra la relación más robusta con democracia, probablemente porque amplía el espacio público y reduce costos de coordinación ciudadana.
¿Y el período reciente? Señales mixtas 2011‑2022
Cuando los autores aíslan la década más reciente (2011‑2022), las asociaciones positivas se vuelven menos nítidas. No desaparecen, pero pierden robustez. La explicación plausible no es que la apertura ‘rompa’ la democracia, sino que eventos globales —crisis financieras tardías, revolución digital, redes sociales polarizantes, pandemia, guerras, populismos de nuevo cuño— introducen choques que afectan simultáneamente a la calidad democrática y a la integración internacional. Esto complica la lectura estadística y nos recuerda un punto metodológico crucial: correlación no es causalidad. Aun así, no aparece evidencia de que neoliberalismo o globalización sean motores sistemáticos de la llamada ‘recesión democrática’.
Desmontando tres mitos frecuentes
Mito 1: ‘Abrir mercados debilita al ciudadano frente a elites económicas’. El estudio sugiere lo contrario cuando la apertura viene acompañada de Estado de derecho: reglas claras y tribunales independientes aumentan la rendición de cuentas y amplían libertades. Mito 2: ‘La globalización cultural destruye la democracia local’. La dimensión social de la globalización correlaciona positivamente con democracia, indicio de que más intercambio de información e ideas fortalece la deliberación pública, no la destruye. Mito 3: ‘Neoliberalismo equivale a Estado mínimo y, por ende, menos democracia’. En los datos, lo que más importa no es reducir el Estado, sino que el Estado funcione: que proteja derechos, ofrezca justicia imparcial y provea bienes públicos básicos. Eso coexiste con mercados abiertos.
¿Por qué persiste la percepción de que la apertura erosiona la democracia?
Porque los costos son visibles y concentrados, mientras que los beneficios son difusos y tardíos. El cierre de una planta o la pérdida de empleos en un sector concreto son hechos palpables; la caída de precios para millones de consumidores, el acceso a tecnologías o la mayor variedad de opciones son ganancias dispersas que rara vez hacen titulares. Además, la apertura mal gestionada puede amplificar desigualdades territoriales y alimentar el resentimiento. Finalmente, actores políticos encuentran rédito en narrativas simples (‘ellos ganan, nosotros perdemos’) que atribuyen a la globalización la culpa de problemas cuyo origen está en instituciones domésticas débiles, baja productividad o sistemas educativos obsoletos.
Implicaciones de política: lo que realmente mueve la aguja
La lección no es ‘abrir por abrir’, sino combinar apertura con instituciones que sostengan la competencia y la ciudadanía. En práctica, eso implica: (1) proteger derechos de propiedad para todos, no solo para insiders; (2) modernizar la justicia para que sea predecible y rápida; (3) simplificar regulaciones que privilegian al incumbente y matan al nuevo entrante; (4) invertir en conectividad física y digital que integre regiones; (5) asegurar transparencia en compras públicas y reguladores independientes; (6) políticas de competencia que eviten concentraciones abusivas; y (7) redes de protección focalizadas que amortigüen transiciones sin congelar la economía. Con este paquete, la apertura suma, no resta, y la democracia se fortalece en lugar de resentirse.
Centroamérica: cómo convertir evidencia en estrategia
Para Centroamérica, donde coexisten países pequeños, heterogéneos y con capacidades estatales dispares, el estudio ofrece una brújula útil. Primero, la integración regional no es solo un ideal diplomático: mejora la calidad democrática al expandir el espacio de información, movilidad e ideas. Segundo, la libertad económica entendida como reglas claras, competencia y seguridad jurídica es un aliado de la democracia; no se trata de recortar por recortar, sino de eliminar arbitrariedades. Tercero, los ‘clústers’ regionales —dispositivos médicos, agrotech, energías limpias— pueden combinar apertura con empleos de calidad si los gobiernos priorizan educación técnica, certificaciones y logística de clase mundial. Cuarto, la transparencia regulatoria (ventanillas únicas, registros abiertos de beneficiarios finales, datos abiertos en contratación) reduce el terreno fértil para el clientelismo, que sí erosiona la democracia.
Checklist práctico para tomadores de decisión
• Estado de derecho primero: independencia judicial, carrera fiscal y métricas de desempeño.
• Competencia real: eliminar barreras de entrada y licencias innecesarias; sandbox regulatorios.
• Apertura con reciprocidad: acuerdos que incluyan estándares de transparencia y solución de controversias creíbles.
• Capital humano: formación dual, reconversión ante shocks sectoriales y becas STEM con retorno de servicio.
• Infraestructura de integración: puertos, aduanas sin papel, interoperabilidad digital, roaming regional.
• Protección social inteligente: seguros de desempleo contributivos y apoyo condicionado a reinserción.
• Gobierno abierto: datos en tiempo real sobre gasto, contratos y resultados de políticas.
• Evaluación permanente: tableros públicos que midan competencia, inversión, empleo y libertades civiles.
Limitaciones y preguntas abiertas
Como todo trabajo empírico comparado, este estudio enfrenta desafíos: (a) la correlación positiva no implica causalidad; países más democráticos pueden, a la vez, decidir abrirse más; (b) la endogeneidad entre instituciones y apertura es difícil de resolver sin experimentos naturales; (c) errores de medición: índices agregados simplifican realidades complejas; (d) heterogeneidad: un mismo punto adicional en ‘libertad económica’ puede significar reformas muy distintas en países diferentes; y (e) el período 2011‑2022 sugiere que shocks globales pueden oscurecer relaciones que antes lucían claras. Estas cautelas no invalidan los hallazgos, pero invitan a políticas prudentes, graduadas y evaluables.
Una lectura para el ciudadano común
Traduzcamos todo a una imagen sencilla: la democracia necesita instituciones que distribuyan poder y limiten abusos; la apertura económica y la globalización pueden ayudar si traen competencia, información y oportunidades para más personas. Pero si la apertura ocurre sobre suelos institucionales frágiles, los beneficios se concentran y el malestar crece. La solución no es cerrar la ventana al mundo, sino reforzar el piso de la casa: justicia que funcione, reglas iguales para todos, educación pertinente, y gobiernos que rindan cuentas. Con ese piso, abrir ventanas ventila y refresca; con el piso roto, entra frío y la casa se resiente.
Conclusión: gestionar la apertura para fortalecer la democracia
El brief de Cato basado en Branilović y Rutar ofrece un mensaje relevante para debates saturados de consignas: ni el ‘neoliberalismo’ ni la ‘globalización’ son villanos automáticos de la democracia. Históricamente, la apertura asociada a reglas, propiedad segura y justicia imparcial ha convivido con mejores puntajes democráticos. El reto del presente es doble: (1) proteger ese núcleo institucional frente a shocks tecnológicos, desinformación y polarización; y (2) compartir mejor los beneficios de la apertura mediante competencia, movilidad social y servicios públicos efectivos. La pregunta no es si abrir o cerrar, sino cómo abrir bien. Si Centroamérica adopta esta lógica —Estado de derecho más integración inteligente— podrá convertir la globalización en palanca de ciudadanía, no en pretexto de desencanto.