Más allá del dólar y el empleo: las nuevas métricas de éxito de la inversión extranjera directa
Durante décadas, los gobiernos y las agencias de promoción de inversiones han medido su éxito en términos simples: cuántos millones de dólares en inversión extranjera directa (IED) entran al país, y cuántos empleos generan esas empresas. Pero el mundo ha cambiado. Hoy, esas métricas tradicionales —monto de inversión y empleo directo— son insuficientes para captar el verdadero impacto económico, social y ambiental de la IED.
El artículo “Rethinking the metrics of FDI success” publicado en octubre de 2025 por fDi Intelligence marca un punto de inflexión. Muestra que, tras quince años de datos, el “dividendo laboral” de la IED se está debilitando: el empleo generado por cada millón de dólares de inversión (CAPEX) ha caído en casi todos los sectores manufactureros, mientras que en Software & IT aumentó 55,5 % entre 2010 y 2025. Es decir, con menos capital físico se genera más empleo y conocimiento. La productividad, el valor añadido y los encadenamientos superan hoy al volumen monetario como verdaderos indicadores de éxito.
El fin de la era del “dólar por empleo”
El indicador clásico —empleos creados por cada millón de dólares invertidos— se ha convertido en una trampa metodológica. En la era de la automatización, la robotización y la manufactura avanzada, el empleo directo por planta de producción está en caída libre.
El estudio de fDi Intelligence demuestra que sectores como automoción, metales, electrónica y dispositivos médicos muestran tasas de crecimiento negativas en empleo por dólar invertido. Cada millón de dólares en CAPEX genera hoy menos de la mitad del empleo que hace una década.
Este fenómeno no implica menos impacto, sino un cambio en la naturaleza del impacto. Las inversiones son más intensivas en conocimiento, tecnología y productividad. Donde antes había cientos de operarios, hoy hay equipos pequeños de ingenieros, analistas de datos y diseñadores digitales que generan un valor multiplicado.
La paradoja de la manufactura: más CAPEX, menos empleo
La manufactura avanzada ya no es el principal motor de empleo, sino de innovación. Las nuevas plantas robotizadas de semiconductores, automóviles eléctricos o biotecnología pueden implicar inversiones multimillonarias, pero crean equipos humanos pequeños, altamente especializados y con mayor ingreso medio.
Este cambio exige que los gobiernos y las agencias de promoción dejen de evaluar el éxito en términos de volumen monetario. Un proyecto de $100 millones con 200 empleos calificados puede tener más impacto en el PIB per cápita, la productividad y las exportaciones de conocimiento que otro de $500 millones con 2.000 empleos de bajo valor agregado.
Los servicios basados en conocimiento: menos capital, más impacto
En el extremo opuesto de la manufactura, los servicios digitales y basados en conocimiento (KIBS, por sus siglas en inglés) han mostrado una tendencia contraria.
El mismo informe señala que el sector de Software & IT Services aumentó 55,5 % su empleo por millón de dólares invertido entre 2010 y 2025. En sectores como cloud computing, IA aplicada, fintech y BPO avanzado, el capital físico es mínimo, pero el capital humano es gigantesco.
Aquí cada dólar invertido multiplica su efecto social: crea empleo calificado, desarrolla competencias tecnológicas locales, impulsa exportaciones invisibles y atrae talento joven. Costa Rica, con su ecosistema bilingüe y su estructura de Zonas Francas orientadas a servicios, es un caso paradigmático: 252 empresas IED de servicios frente a 171 manufactureras, con 117.000 empleos directos en servicios de exportación frente a 77.000 en manufactura (CINDE, 2024).
La evolución de los KPIs: del volumen al valor
En la década de 1990, la mayoría de las agencias de promoción de IED se centraban en atraer proyectos “grandes”: plantas de ensamblaje, call centers, parques industriales. Las métricas eran binarias: monto de inversión, número de empleos. Pero, desde los 2010, los líderes globales en promoción de inversión (Irlanda, Singapur, Costa Rica, Dubái, Dinamarca) comenzaron a refinar sus indicadores para capturar la calidad del impacto.
Cuando trabajé en CINDE, hace más de una década, impulsé este cambio de paradigma:
Incorporamos indicadores de encadenamientos productivos locales, midiendo cuánto del gasto de las empresas IED se quedaba en proveedores nacionales.
Medimos el valor agregado generado por cada millón de dólares invertido, más allá del simple monto de IED.
Evaluamos el empleo indirecto e inducido, reconociendo el efecto multiplicador de cada nuevo puesto calificado.
Introdujimos métricas de transferencia de conocimiento, innovación y exportaciones tecnológicas.
Esa transición metodológica fue disruptiva en su momento. Hoy, sin embargo, es indispensable para la relevancia de cualquier agencia moderna.
Las nuevas métricas de éxito de la IED
A partir de la evidencia de fDi Intelligence y la experiencia internacional, las métricas del siglo XXI deben enfocarse en valor, sostenibilidad y conocimiento.
A continuación, un marco actualizado con las principales categorías:
Estas métricas reconfiguran el papel de la IED: ya no como un flujo financiero que “entra al país”, sino como una inversión en capital humano, innovación y resiliencia.
Implicaciones para las agencias de promoción
Las agencias deben redefinir su narrativa frente a gobiernos, inversionistas y ciudadanos.
De “atraer dólares” a “construir ecosistemas”: el valor está en la interacción entre empresas, academia y talento, no solo en la suma de proyectos aprobados.
Del volumen a la calidad: menos proyectos, pero más transformadores.
Del corto plazo al largo plazo: medir efectos estructurales —innovación, sostenibilidad, conocimiento exportable— en lugar de métricas anuales.
De la opacidad al impacto social: mostrar cómo la IED contribuye al bienestar, la equidad y la movilidad laboral.
Una agencia moderna de promoción de inversión no es un vendedor de país, sino un arquitecto de ecosistemas de valor.
El caso Costa Rica: lecciones para América Latina
Costa Rica ofrece un ejemplo pionero en América Latina de cómo redefinir el éxito en la atracción de IED.
El régimen de Zonas Francas evolucionó de la manufactura ligera (textiles, electrónica) a servicios basados en conocimiento y manufactura avanzada.
Las agencias —en particular CINDE— incorporaron métricas sofisticadas de encadenamientos productivos, valor agregado por dólar de IED y exportaciones de servicios.
Las empresas multinacionales en Zona Franca generan más de 5.000 millones de dólares en compras locales, beneficiando a más de 2.000 proveedores costarricenses.
Este modelo demuestra que el éxito no está en cuántas empresas llegan, sino en cómo se integran al tejido productivo y social del país.
Conclusión: el nuevo contrato social de la IED
El siglo XXI exige replantear el contrato social entre la inversión extranjera y las economías anfitrionas. Los gobiernos deben ofrecer estabilidad, talento y sostenibilidad; las empresas, en reciprocidad, deben generar valor más allá del retorno financiero. El “dividendo laboral” de la IED se está debilitando, pero está emergiendo un nuevo dividendo: el del conocimiento, la sostenibilidad y la innovación compartida.
La pregunta ya no es cuántos empleos crea una empresa extranjera, sino cuánto transforma la economía donde opera.
La IED no debe ser un fin en sí misma, sino un medio para acelerar el desarrollo humano y la competitividad inteligente.
Y medir eso —como lo demuestran los nuevos datos de fDi Intelligence— requiere indicadores que midan valor, conexión y futuro.
El verdadero éxito de una agencia de promoción de inversiones no está en los titulares de prensa con cifras de millones de dólares, sino en los indicadores invisibles que cambian la estructura productiva de un país. Ese es el nuevo desafío. Y también, el nuevo propósito.