Los mercados ocultos que mueven el mundo: la economía invisible que desafía los modelos tradicionales
Vivimos rodeados de mercados que no vemos, pero que determinan cómo se asignan los recursos, cómo se crean los precios y, en última instancia, cómo se genera la riqueza. Son los llamados mercados ocultos —ecosistemas que funcionan fuera del radar de los economistas tradicionales, de los reguladores y, muchas veces, de los propios gobiernos—.
Michael S. Smith y Chris Clearfield, en su libro The Hidden Market: How to Seize Untapped Opportunities for Growth, exploran este fascinante fenómeno desde una perspectiva empresarial, pero su lectura tiene implicaciones mucho más amplias: económicas, políticas y sociales. Detrás de cada Uber, cada Airbnb o cada marketplace informal de criptomonedas, hay una verdad incómoda: el mercado siempre encuentra la forma de organizarse, incluso cuando el Estado o las instituciones no lo hacen.
En los mercados tradicionales, la fijación de precios se produce dentro de marcos regulatorios visibles: salarios, contratos, impuestos, márgenes de ganancia. Pero los mercados ocultos operan en los intersticios de la economía formal, donde la información, el riesgo o la regulación son imperfectos.
Un ejemplo emblemático es Uber. La empresa no inventó el transporte urbano, pero sí descubrió un mercado oculto: el de millones de consumidores que no usaban taxis por desconfianza, costo o ineficiencia, y el de millones de conductores que no podían ingresar al sistema formal. Uber no creó un producto; creó un mercado donde no lo había.
La misma lógica explica el éxito de Airbnb, que monetizó un recurso inactivo —habitaciones vacías— y lo convirtió en una cadena hotelera descentralizada. Ambos modelos revelan lo que Smith y Clearfield denominan “market activation through data”: la capacidad de convertir información dispersa en precios y transacciones.
Y aquí está la paradoja central: estos mercados no aparecen cuando el Estado actúa, sino cuando se ausenta.
El precio como algoritmo social
En los mercados ocultos, los precios no se determinan por oferta y demanda tradicionales, sino por información, reputación y confianza algorítmica. Uber no fija tarifas arbitrariamente; las calcula en tiempo real a partir de datos de tráfico, clima, comportamiento del usuario y elasticidad del conductor. Lo mismo ocurre en los mercados de créditos de carbono, energía descentralizada o NFTs: el valor no está en el bien, sino en la credibilidad de la transacción.
Estos precios son “vivos”, y eso desafía a los economistas formados en equilibrios estáticos. Ya no hay un “precio justo”, sino un rango dinámico de valor percibido, ajustado por datos. Así, la economía digital convierte cada decisión en un experimento de fijación de precios.
Sin embargo, esto genera nuevas desigualdades: quienes tienen acceso a los algoritmos —plataformas, grandes fondos, corporaciones tecnológicas— controlan la información que define el valor. Es el nuevo poder invisible del siglo XXI.
De la informalidad al laboratorio económico
En América Latina, los mercados ocultos no son la excepción; son la norma. En la región, la informalidad alcanza en promedio el 52% del empleo, pero lo que muchos llaman “informalidad” no es más que economía autogestionada.
Los vendedores ambulantes, las redes de microcomercio digital por WhatsApp o los transportes informales como los piratas o mototaxis responden a la misma lógica que Uber o Airbnb: donde el Estado no regula, el mercado se autoorganiza.
La diferencia es que en países desarrollados esos mercados se formalizan gracias a la tecnología, mientras que en los países en desarrollo se criminalizan. El desafío, entonces, no es erradicarlos, sino entender sus dinámicas y transformarlos en oportunidades de inversión, innovación y empleo.
Por eso, los gobiernos deberían observar estos ecosistemas como laboratorios de eficiencia y creatividad económica, no como amenazas. Si se regulan con inteligencia, pueden convertirse en plataformas formales de generación de valor.
Mercados ocultos en la frontera de la innovación
Existen múltiples ejemplos contemporáneos de mercados ocultos que hoy mueven miles de millones de dólares y redefinen sectores enteros:
El mercado gris de semiconductores:
A raíz de la escasez global durante la pandemia, surgieron redes paralelas de distribución donde intermediarios adquirían chips en mercados secundarios. Según Bloomberg (2024), este mercado superó los $80 mil millones y permitió sostener la cadena tecnológica mundial cuando los canales oficiales colapsaron.El mercado voluntario de créditos de carbono:
Con un valor de $2.000 millones en 2024, este ecosistema opera en gran medida fuera de los marcos regulatorios internacionales. Las empresas pagan por compensar emisiones a través de proyectos forestales o energéticos en el Sur Global, donde la medición y trazabilidad aún son opacas. Sin embargo, estos mercados han permitido financiar proyectos ambientales que de otro modo no existirían.Los mercados de datos personales y biométricos:
Cada aplicación gratuita que usamos comercializa información sobre nuestros hábitos, emociones y patrones de consumo. Este mercado invisible mueve más de $1,3 billones globalmente, según McKinsey (2025). Paradójicamente, es uno de los menos regulados y más influyentes en la fijación de precios del marketing, la política y hasta la salud pública.
Cuando la regulación llega tarde
Los gobiernos, especialmente en América Latina, reaccionan con lentitud ante estas mutaciones del mercado. Mientras los reguladores discuten cómo proteger al consumidor, el mercado ya ha evolucionado tres veces.
El resultado es un desfase: los países que entienden y canalizan estos mercados ocultos (como Singapur, Estonia o Israel) atraen IED de alta complejidad tecnológica, mientras que los que los combaten o ignoran pierden oportunidades de innovación y diversificación.
La clave no está en controlar, sino en codiseñar marcos adaptativos: políticas regulatorias que acompañen la innovación sin sofocarla. Un ejemplo reciente es el Regulatory Sandbox británico, que permite a startups probar modelos disruptivos bajo supervisión flexible. América Latina necesita replicar ese modelo, pero con una visión inclusiva, conectada con la economía real.
El nuevo dilema de la inversión extranjera directa
La inversión extranjera también se está moviendo hacia estos espacios híbridos. Las empresas ya no buscan zonas francas físicas, sino ecosistemas de innovación digital. Los flujos de IED hacia servicios basados en el conocimiento superaron los de manufactura por primera vez en 2024, y América Latina fue uno de los destinos que más creció. Costa Rica, Chile y República Dominicana lo entendieron: atrajeron empresas tecnológicas no solo por sus incentivos fiscales, sino por su entorno de datos, talento digital y estabilidad regulatoria. En este sentido, los mercados ocultos no son solo informales: son la nueva frontera de la IED. Empresas que gestionan información, plataformas o redes de usuarios generan más valor que muchas manufactureras tradicionales. La tarea de las agencias de promoción ya no es vender tierra o incentivos, sino vender ecosistemas donde la innovación y la regulación inteligente conviven.
El lado oscuro de los mercados invisibles
Sin embargo, no todo es optimismo. Los mercados ocultos también son terreno fértil para la evasión fiscal, el lavado de dinero y la manipulación digital.
El caso de Wirecard, el colapso de las ICOs (Initial Coin Offering) falsas en 2018 o el tráfico de productos de lujo en la dark web muestran que donde hay opacidad, hay riesgo sistémico.
El gran desafío ético es equilibrar innovación con transparencia, libertad con responsabilidad. No se trata de frenar la economía invisible, sino de iluminarla con herramientas digitales (blockchain, trazabilidad, auditorías algorítmicas) que permitan confianza sin represión.
Conclusión: los nuevos ojos del economista
El libro de Smith y Clearfield nos obliga a repensar lo que significa mercado. Ya no es un espacio físico ni un conjunto de transacciones reguladas, sino una red viva de interacciones humanas mediadas por información. El economista del futuro deberá ser, más que analista, cartógrafo de lo invisible: capaz de identificar flujos ocultos de valor, anticipar nuevos modelos de intercambio y comprender que la innovación muchas veces nace en los márgenes, no en los ministerios.
América Latina, con su creatividad, informalidad e inteligencia adaptativa, puede ser el terreno más fértil para estos nuevos mercados. Pero solo si los gobiernos aprenden a mirar más allá del PIB y de las estadísticas formales, y a ver —con lucidez y coraje— los mercados ocultos que siempre estuvieron allí, moviendo el mundo en silencio.