Del veto al uso inteligente: celulares, IA y el verdadero desafío educativo
El debate sobre si los teléfonos celulares deben prohibirse en las escuelas ha resurgido con fuerza. Un estudio reciente publicado por Knowledge at Wharton revela que las prohibiciones pueden mejorar los resultados académicos, especialmente entre los estudiantes de contextos más vulnerables. Países como Reino Unido, Francia y Canadá ya han implementado restricciones parciales o totales, con resultados medibles: un aumento promedio del 6,4% en el rendimiento en matemáticas y del 7,2% en comprensión lectora en los grupos más beneficiados. La correlación parece clara: menos distracciones, más concentración.
Pero en la era de la inteligencia artificial, ¿prohibir el acceso a una herramienta que puede ampliar la mente no es, en el fondo, una forma de analfabetismo digital institucionalizado?
El falso dilema: tecnología o disciplina
El problema no está en los teléfonos, sino en cómo los usamos y qué modelo educativo los contextualiza. Prohibirlos por completo es como prohibir los libros porque algunos distraen. En la escuela tradicional, la concentración dependía del silencio; en la escuela del siglo XXI, la atención se construye en medio del ruido, la información y los estímulos.
El estudio de Wharton reconoce un punto crucial. Los beneficios de las prohibiciones son mayores donde el entorno digital está descontrolado, pero decrecen o incluso desaparecen cuando las escuelas implementan usos pedagógicos guiados de la tecnología. En otras palabras, prohibir es un sustituto barato de enseñar a usar.
Costa Rica y el espejismo de la tecnología permitida
En Costa Rica, por ejemplo, los estudiantes pueden usar calculadoras en los exámenes y las pruebas PISA de la OCDE también las permiten. Sin embargo, esa apertura tecnológica no ha mejorado los resultados: el país se mantiene entre los puestos más bajos en matemáticas entre los miembros de la OCDE y economías asociadas, con una puntuación promedio de 378 puntos en 2022, frente a un promedio de 472 en la organización.
Esto sugiere que permitir tecnología no garantiza aprendizaje. Si los alumnos no saben pensar, razonar y aplicar, una calculadora o un chatbot solo amplifican el vacío. Lo que falla no es la herramienta, sino la pedagogía desactualizada que no la integra de manera significativa.
La educación costarricense —y la latinoamericana en general— vive en una zona gris: ni prohíbe con firmeza ni incorpora con sentido. Permite la tecnología sin rediseñar la enseñanza. El resultado es un aula híbrida donde el estudiante usa IA para copiar tareas y el profesor corrige a mano sin aprovechar el potencial de esa misma IA para personalizar el aprendizaje o detectar patrones de error.
La paradoja de la era digital
Estamos frente a una paradoja educativa. Las escuelas más pobres del mundo digitalizan sin propósito, y las más ricas desconectan para concentrar. En Finlandia, Singapur o Canadá, los celulares están regulados, pero las clases incluyen simuladores, asistentes digitales y plataformas de resolución de problemas que transforman la enseñanza en una experiencia cognitiva guiada por datos. En contraste, en muchas escuelas latinoamericanas se sigue midiendo el aprendizaje con pruebas de lápiz y papel, como si el futuro se pudiera escribir con tinta.
El riesgo de prohibir sin ofrecer alternativas pedagógicas es generar una brecha cognitiva inversa: los alumnos de entornos privilegiados aprenden a dominar la tecnología con criterio, mientras los demás solo la usan recreativamente. Así, la desigualdad educativa del siglo XXI no será solo de recursos, sino de inteligencia digital.
Del castigo a la integración: enseñar con y sobre la IA
En vez de discutir si el celular debe estar encendido o apagado, el debate real debería centrarse en cómo usarlo inteligentemente dentro del aula. Imaginemos una clase de matemáticas donde los alumnos usan sus teléfonos para correr simulaciones de funciones, resolver problemas con IA explicativa o comparar algoritmos de resolución. El rol del profesor no sería controlar el uso, sino guiar el pensamiento crítico: enseñar cuándo confiar en el resultado y cuándo cuestionarlo.
La IA no reemplaza al docente, pero sí expone sus carencias metodológicas. Un profesor que repite fórmulas sin conectar con la curiosidad de sus estudiantes será sustituido —no por un algoritmo, sino por la indiferencia. En cambio, aquel que integra herramientas como ChatGPT, Wolfram Alpha o GeoGebra en su estrategia didáctica crea una nueva forma de aprendizaje activo y autodirigido.
Un estudio de la UNESCO (2024) advierte que el 64% de los docentes latinoamericanos aún no han recibido formación formal para integrar IA o herramientas digitales en el aula. Este vacío de capacitación explica por qué la tecnología no produce impacto. El sistema educativo está tecnológicamente equipado pero pedagógicamente obsoleto.
Aprender con tecnología, no de tecnología
Las prohibiciones pueden mejorar los promedios temporales, pero no transforman la inteligencia. La educación del futuro no consiste en sustituir lápiz por pantalla, sino en convertir cada dispositivo en una extensión del razonamiento.
Los celulares, usados inteligentemente, podrían ser aliados de la inclusión:
Permiten a los estudiantes de zonas rurales acceder a tutorías en línea.
Facilitan aprendizaje personalizado según el ritmo y estilo cognitivo de cada alumno.
Integran recursos visuales, auditivos y de gamificación que fortalecen la motivación intrínseca.
Pero todo eso requiere algo más que permitir: requiere rediseñar la clase, repensar la evaluación y redefinir el rol del maestro.
Hacia un nuevo pacto educativo
Los países que entienden esta lógica están avanzando hacia modelos híbridos de educación cognitiva. Corea del Sur y Estonia ya incorporan módulos de alfabetización en IA desde la educación primaria. Finlandia está pilotando programas de ética digital y resolución de problemas asistidos por IA. Mientras tanto, América Latina sigue discutiendo si el celular distrae, como si el siglo XXI pudiera detenerse en la puerta del aula. La tecnología no es enemiga del aprendizaje, pero tampoco su salvadora. Lo disruptivo no es el dispositivo, sino el paradigma pedagógico. Las prohibiciones pueden ser útiles como medida temporal de control, pero no como política educativa estructural.
El verdadero cambio ocurrirá cuando la escuela deje de temerle al algoritmo y empiece a enseñarlo. Cuando los estudiantes salgan del colegio no solo sabiendo resolver ecuaciones, sino también sabiendo construir modelos, entender sesgos, y usar IA con propósito ético.
Conclusión: el futuro no se prohíbe, se enseña
En la época de la inteligencia artificial, prohibir el uso de celulares en el aula es como cerrar los ojos para aprender a ver. Lo que la educación necesita no es menos tecnología, sino más pedagogía inteligente. Que un estudiante costarricense, panameño o mexicano se gradúe con sólidas bases en matemáticas y en IA no debería ser una utopía, sino un objetivo de país. La alfabetización del futuro no será solo leer y escribir, sino razonar y programar. Y eso no se logra con prohibiciones, sino con educación que entienda su tiempo.