Costa Rica frente al espejo de la inversión global: cuando el éxito pasado se convierte en zona de confort
Artículo utilizado por CRHoy. Link del artículo.
El síntoma ya es evidente
El Financiero publicó esta semana un artículo titulado “Tensión global, salida de empresas y caída de nuevas inversiones: señales que Costa Rica debe ajustar su estrategia de atracción de IED” (El Financiero, 2025). La nota sintetiza lo que algunos economistas y estrategas advertimos desde hace años: el modelo de atracción de inversión extranjera directa (IED) de Costa Rica muestra señales de agotamiento estructural. La salida de empresas, la reducción de anuncios nuevos y la concentración en reinversiones son apenas la superficie de un fenómeno más profundo: el mundo cambió, pero Costa Rica sigue usando las mismas métricas, los mismos incentivos y la misma narrativa de hace dos décadas.
El mundo cambió de ecuación
La IED global se está redefiniendo. Según UNCTAD World Investment Report 2025, los flujos hacia sectores digitales, verdes y de infraestructura crítica representan hoy más del 65% del total, mientras la manufactura tradicional y el ensamblaje pierden relevancia. Los inversionistas ya no buscan sólo estabilidad macroeconómica o zonas francas; buscan ecosistemas inteligentes, talento digital, energía verde, seguridad del dato y predictibilidad regulatoria.
Mientras tanto, el tablero geopolítico se volvió inestable: tensiones entre China y EE.UU., relocalización de cadenas, incentivos fiscales en Europa y la “Inflation Reduction Act” de EE.UU. crearon una nueva guerra fría industrial. En ese contexto, la competencia por IED ya no es entre países, sino entre estrategias.
Costa Rica fue pionera en los noventa, pero el resto del mundo aprendió. Hoy países como República Dominicana, Colombia, Vietnam o Polonia ofrecen estabilidad política similar, pero con costos menores y políticas sectoriales de nueva generación.
El espejismo de las cifras
Durante años, Costa Rica celebró récords de IED en montos: $4.000 o más de $5.000 millones anuales. Sin embargo, ese indicador dejó de decir la verdad. Gran parte proviene de reinversiones de empresas ya establecidas, no de proyectos nuevos. Como bien señala El Financiero (2025), “las nuevas inversiones se reducen, y las grandes corporaciones evalúan su permanencia”. La última gran llegada fue Johnson & Johnson, hace ya varios años; el resto han sido filiales pequeñas o start-ups satelitales.
Medir el éxito de la IED sólo por el flujo en dólares es como evaluar la salud de un país sólo por su gasto público: se ignora la calidad, el impacto y la sostenibilidad. Una política moderna debe preguntar:
¿Qué tipo de empleo genera la inversión?
¿Qué transferencia tecnológica deja?
¿Qué encadenamientos locales produce?
¿Cuál es su aporte a la productividad total del país?
Cuando estas preguntas se formulan, el panorama cambia: Costa Rica atrae inversión, sí, pero cada vez de menor impacto sistémico.
Del éxito al inmovilismo
El régimen de zonas francas fue, y sigue siendo, un éxito institucional. Pero un modelo exitoso puede convertirse en un freno si no evoluciona. Durante más de dos décadas, el país confió en un conjunto de ventajas que hoy son imitables: talento bilingüe, estabilidad, incentivos fiscales y un marco de libre comercio. Pero el nuevo mapa competitivo exige diferenciación basada en propósito, innovación y reputación institucional, no sólo incentivos tributarios.
El mundo está migrando hacia IED de propósito, aquella que combina rentabilidad con impacto social, sostenibilidad y trazabilidad del valor. Sin embargo, Costa Rica continúa midiendo resultados en términos de dólares y empleo, sin evaluar el componente cualitativo ni el efecto multiplicador.
Señales del nuevo orden
El contexto global envía tres señales que no pueden ignorarse:
Desaceleración de nuevos proyectos: los datos de fDi Markets muestran una caída global del 14% en anuncios de proyectos greenfield en 2025, pero en Costa Rica la reducción supera el 30%.
Concentración geográfica: la mayoría de la nueva IED en servicios modernos se dirige a Europa Occidental (por soberanía digital) y al Sudeste Asiático (por costos).
Competencia energética: la inversión verde y los centros de datos de IA demandan energía limpia y abundante. Costa Rica tiene electricidad renovable, pero enfrenta altos precios y limitada capacidad adicional.
El país tiene la materia prima —estabilidad, energía verde, talento técnico—, pero carece de una nueva narrativa estratégica que inspire confianza y diferencie su oferta.
La trampa de la inercia institucional
Una parte del problema radica en la estructura misma del ecosistema de promoción de inversiones. Los organismos responsables se han vuelto demasiado dependientes de indicadores pasados y de una visión cuantitativa del éxito. La narrativa de récord histórico cada año crea la ilusión de que todo marcha bien, cuando en realidad los proyectos nuevos se han estancado.
El resultado: una economía cada vez más dependiente de unas pocas multinacionales, mientras las pymes locales siguen al margen de las cadenas globales. El desafío ya no es atraer más empresas, sino construir un ecosistema donde las existentes se integren con el tejido productivo nacional y generen spillovers reales.
¿Qué está pasando con las empresas que se van?
El Financiero menciona la salida de algunas firmas tecnológicas y manufactureras. Las razones son variadas: costos crecientes, competencia por talento, limitaciones logísticas y, en ciertos casos, saturación del modelo operativo. Pero el mensaje de fondo es otro: la rentabilidad marginal de permanecer en Costa Rica está disminuyendo. El país ya no es el laboratorio barato de los noventa, pero tampoco ha logrado posicionarse como el centro de innovación de los 2020. Está, como diría Krugman, en la meseta del éxito: demasiado caro para ser barato, demasiado rutinario para ser innovador.
Hacia una estrategia de calidad y no de cantidad
La transformación debe comenzar por cambiar las métricas. Un nuevo marco de evaluación debería medir la IED con indicadores de:
Productividad total de los factores (PTF) de los sectores beneficiarios;
Encadenamientos nacionales;
Creación de capital humano avanzado;
Innovación y patentes;
Exportaciones de servicios de alto valor (KPO, ITO, I+D).
En lugar de celebrar montos, deberíamos celebrar impactos multiplicadores. No es lo mismo atraer una planta ensambladora que una filial de investigación biomédica. El verdadero valor está en la complejidad del conocimiento transferido, no en la cantidad de metros cuadrados construidos.
Las nuevas fronteras de la atracción de IED
El entorno global empuja hacia cuatro grandes transiciones donde Costa Rica podría reposicionarse:
Economía verde (energías limpias, servicios de carbono, materiales sostenibles).
Servicios digitales de alta complejidad (IA, análisis de datos, ciberseguridad).
Cadenas de valor regionales (nearshoring con América del Norte).
Economía del conocimiento y salud avanzada (biotecnología, dispositivos médicos 4.0).
Para ello, el país debe pasar de la atracción pasiva a la curaduría estratégica de inversiones: elegir qué tipo de empresas quiere, con qué propósito y bajo qué modelo de alianza público-privada.
Reputación institucional como activo estratégico
En un mundo saturado de incentivos, la ventaja diferencial está en la reputación institucional.
Europa Occidental, por ejemplo, lidera la IED en centros de datos no por bajos impuestos, sino por credibilidad y estabilidad. Costa Rica podría replicar ese modelo de confianza, pero requiere políticas consistentes, simplificación regulatoria y una narrativa que vincule inversión con propósito social.
La IED no llega por casualidad: sigue señales de coherencia y futuro. Cuando un país transmite ruido político, incertidumbre normativa o desarticulación institucional, el capital se retrae, incluso si los incentivos son generosos.
De la atracción a la facilitación del desarrollo
El nuevo paradigma no se trata de atraer más flujos, sino de facilitar inversiones transformadoras. Eso implica acompañar al inversionista desde la instalación hasta la reinvención, eliminar cuellos de botella y medir el impacto real. Los países más avanzados en esta materia —Irlanda, Singapur, Dinamarca— tienen agencias que no sólo promueven, sino que gestionan conocimiento, innovación y competitividad sistémica.
Costa Rica necesita reconfigurar su estrategia hacia un modelo de IED 2.0:
Basado en información asimétrica reducida (modelos econométricos de impacto);
Enfocado en la calidad y la reputación del país como socio confiable;
Con métricas de productividad y sostenibilidad verificables.
Conclusión: del orgullo al rediseño
Costa Rica no está en crisis, pero sí en un punto de inflexión histórico. El Financiero no hace más que poner en titulares lo que la evidencia ya mostraba: sin renovación estratégica, el país corre el riesgo de vivir de su pasado. El reto no es recuperar la IED perdida, sino construir la próxima generación de inversión, aquella que cree valor compartido, fortalezca la productividad y mantenga la coherencia con los valores que nos hicieron diferentes. El éxito de ayer fue construir un país confiable para las multinacionales. El desafío de hoy es construir un país confiable para el futuro.