La paradoja de la precisión sin trazabilidad: una lectura crítica de la Quinta Edición del Benchmark de la OCDE sobre Inversión Extranjera Directa
La quinta edición del OECD Benchmark Definition of Foreign Direct Investment (2025) es, sin duda, el intento más sofisticado de la historia por estandarizar la medición de la inversión extranjera directa (IED). Es un texto técnico monumental que busca cerrar brechas históricas entre los sistemas estadísticos nacionales, integrando las nuevas versiones del Balance of Payments Manual (BPM7) del FMI y del System of National Accounts (SNA 2025). Sin embargo, su ambición choca con un límite estructural que el propio documento reconoce de forma implícita: la falta de trazabilidad real del capital y de los vínculos productivos que definen la naturaleza de la IED.
Un manual para una economía que ya no existe
El documento parte de un principio clásico: la IED se concibe como una relación de interés duradero entre un inversor directo y una empresa residente en otra economía, donde al menos el 10% del poder de voto otorga influencia significativa sobre la gestión. Ese umbral, heredado de 1983, persiste como un criterio estadístico cómodo pero conceptualmente obsoleto frente a las nuevas arquitecturas de propiedad global, donde los flujos de capital, conocimiento y propiedad intelectual se fragmentan entre jurisdicciones con funciones fiscales, tecnológicas y operativas distintas.
La OCDE reconoce que el entorno global ha cambiado considerablemente desde la primera edición, pero mantiene la lógica de medición centrada en estructuras jurídicas y financieras, más que en relaciones económicas y tecnológicas reales. En palabras del propio prefacio, el esfuerzo apunta a diferenciar la IED que incrementa la capacidad productiva de aquella que solo refleja cambios de propiedad. Pero el método sigue limitado a los registros contables formales, sin capturar el origen último del capital ni la naturaleza del vínculo que lo impulsa.
La arquitectura conceptual: precisión estadística sin visión sistémica
La nueva edición avanza notablemente en armonización técnica: introduce el Integrated FDI Position Statement, clarifica el tratamiento de las Special Purpose Entities (SPE) y propone la doble presentación bajo los principios de activo/pasivo y direccional. Además, amplía las desagregaciones geográficas y sectoriales, incorporando el concepto de Ultimate Investing Economy (UIE) y Ultimate Host Economy (UHE) como aproximaciones al verdadero origen y destino del capital. Sin embargo, estas innovaciones continúan dependiendo de la calidad de los datos que los países remiten, y ahí radica la grieta central del sistema. En la práctica, la mayoría de las economías no dispone de mecanismos que permitan identificar la UIE ni la UHE con trazabilidad suficiente. El capital que fluye desde Países Bajos, Luxemburgo o Singapur, por ejemplo, puede tener como origen último un conglomerado estadounidense, europeo o asiático con filiales en múltiples jurisdicciones. La cadena de propiedad —fragmentada entre fondos, SPEs y holdings— impide distinguir si se trata de inversión productiva, ingeniería fiscal o capital de tránsito.
La OCDE intenta compensar esta opacidad con el mandato de identificar las entidades de propósito especial residentes dentro de las cadenas de propiedad y medir la IED que pasa a través de ellas. No obstante, este esfuerzo se enfrenta a un límite práctico: la información disponible en las declaraciones financieras no permite rastrear las relaciones efectivas de control y decisión, solo sus manifestaciones legales o contables.
La ilusión de la comparabilidad global
El texto insiste en que el Benchmark Definition ofrece una base comparable y confiable para los usuarios de estadísticas de IED y fija el año 2029 como meta para su plena implementación. Sin embargo, la comparabilidad sigue siendo más normativa que empírica. Los sistemas estadísticos nacionales operan bajo estructuras institucionales, capacidades técnicas y marcos legales heterogéneos. Por ejemplo, algunos países recopilan la información de IED a través de encuestas empresariales, mientras otros dependen de reportes de bancos centrales o registros de transacciones financieras. Estas diferencias generan sesgos sustantivos en la medición: la misma operación puede clasificarse como flujo, posición o reinversión según el método de cada país, dificultando el análisis longitudinal y las comparaciones cruzadas. La OCDE reconoce este problema en la sección de cooperación internacional, al recomendar a los países miembros reforzar la cooperación en la compilación y comunicación de estadísticas. Pero no aborda el punto neurálgico: sin transparencia en la estructura real de las corporaciones multinacionales y sin acceso a sus cuentas consolidadas por país, la comparabilidad es estadísticamente aspiracional.
El espejismo de los flujos negativos
Otro tema crucial que el documento aborda pero no resuelve es el de los flujos negativos de IED, fenómeno que confunde a analistas y medios. Según la definición técnica, los flujos negativos no implican necesariamente una salida de capital, sino ajustes contables internos dentro de un mismo grupo empresarial —por ejemplo, préstamos intercompañía o revalorizaciones de activos—. El problema es que estos movimientos distorsionan la lectura macroeconómica: pueden generar aparentes retiros masivos de inversión en las estadísticas de un país cuando, en realidad, se trata de reorganizaciones financieras o consolidaciones contables. La OCDE detalla en los capítulos 3 y 5 los mecanismos para registrar otras variaciones en posiciones, distinguiendo entre transacciones reales y revaluaciones por tipo de cambio o precio. Pero en la práctica, esta sutileza no se traduce en una comunicación pública clara: los titulares siguen interpretando los números como señales de confianza o fuga, sin entender su naturaleza contable.
Este vacío comunicacional —reconocido en el capítulo 11 sobre uso y comunicación de estadísticas de IED— demuestra que el desafío ya no es solo metodológico, sino también epistemológico: la IED se mide con precisión aritmética pero se interpreta con conceptos de otra era.
La persistente ceguera sobre los vínculos productivos y tecnológicos
La definición de IED continúa centrada en la participación de capital y poder de voto, ignorando la dimensión cualitativa de las inversiones. La OCDE admite que el propósito de la medición es entender los vínculos entre inversión, productividad y desarrollo tecnológico, pero la metodología no incluye indicadores que permitan distinguir entre inversión productiva y meramente financiera.
En consecuencia, los flujos hacia un data center, una startup de I+D, o una adquisición especulativa en un mercado bursátil se registran bajo la misma categoría: IED.
El manual propone desagregar los flujos por tipo —greenfield, extensión de capacidad y M&A—, pero estos datos dependen de fuentes privadas y carecen de validación sistemática. Lo que falta es una dimensión estructural: una medición de la naturaleza del vínculo económico y tecnológico que la inversión establece con la economía receptora. Sin ese nivel de detalle, las políticas públicas carecen de insumos para diseñar incentivos diferenciados o fomentar alianzas estratégicas entre sectores de alta sinergia. En términos simples: se mide cuánto entra y sale, pero no qué transforma ni qué deja.
La anatomía del vacío: entre legalidad y realidad
Uno de los mayores méritos del documento es reconocer explícitamente la complejidad del entramado corporativo contemporáneo. Los capítulos dedicados a Special Purpose Entities (SPEs) y pass-through funds exponen la anatomía del vacío estadístico: entidades con presencia jurídica pero sin sustancia económica, que canalizan miles de millones en capital sin generar empleo ni transferencia de conocimiento. La OCDE propone identificarlas y aislarlas en las estadísticas, pero la ejecución depende de que los países cuenten con registros administrativos y mecanismos de verificación cruzada entre bancos, empresas y autoridades fiscales. En la mayoría de los casos, esa infraestructura institucional no existe o es fragmentaria. De este modo, el esfuerzo por separar lo real de lo ficticio termina siendo un ejercicio de fe en la capacidad de los compiladores nacionales.
El resultado es una paradoja: la OCDE ofrece el estándar más detallado de la historia para medir la IED, pero los datos siguen sin revelar la anatomía real del capital global. La sofisticación metodológica se convierte, en última instancia, en una capa adicional de opacidad.
Hacia un paradigma de trazabilidad integral
Si algo queda claro de esta quinta edición es que el futuro de la estadística internacional no pasa por más variables, sino por nuevas dimensiones analíticas. La medición de la IED debe evolucionar desde una contabilidad de flujos financieros hacia un sistema de trazabilidad integral del capital, que identifique tres niveles de origen:
Origen jurídico: país de registro de la entidad inversora.
Origen económico: país donde se genera el capital que financia la inversión.
Origen tecnológico-productivo: país donde se crea el conocimiento o la ventaja competitiva que la inversión replica o amplifica.
Solo un sistema que combine información fiscal, contable y tecnológica podrá distinguir entre inversión genuinamente productiva y mera ingeniería financiera. De lo contrario, seguiremos llamando IED a un espectro demasiado amplio que incluye desde plantas de biotecnología hasta estructuras offshore diseñadas para optimizar impuestos.
Conclusión: la estadística como frontera del poder
El Benchmark Definition 2025 reafirma a la OCDE como guardiana de la ortodoxia estadística global. Pero su sofisticación técnica no resuelve la crisis epistemológica de fondo: medimos la globalización con instrumentos pensados para economías cerradas. La ausencia de trazabilidad del capital y la confusión entre flujos financieros y productivos siguen limitando nuestra capacidad para entender el verdadero mapa de la inversión internacional.
La próxima frontera no será contable, sino cognitiva. Implicará repensar qué significa origen en una economía donde las cadenas de valor, la propiedad intelectual y las plataformas digitales difuminan las fronteras del capital. Hasta que esa revolución conceptual ocurra, la IED seguirá siendo una estadística impecablemente estandarizada… pero profundamente incompleta.